Daniel Saldaña París
No nos está permitido perder el tiempo. Vamos de un lado a otro y aun de la inactividad procuramos extraer provecho y conclusiones. Cuando no producimos nada concreto nos engañamos con el placebo de la “experiencia”, que se produce a sí misma: máquina hermosa y autosuficiente que hubiera deleitado a Leonardo. Cuando temblamos por la resaca y vomitamos en la regadera y pasamos la mañana espantando el fantasma de la derrota con abluciones y café y lecturas clásicas decimos que la experiencia es un pájaro negro encerrado en un cuarto. Y entendemos que está bien que así sea, porque es jueves, y es verano, y todos los errores que hemos cometido para llegar hasta aquí son finalmente nuestros -hijos rosados en la primera infancia que juegan futbol en los callejones, en las plazas vacías de la cabeza-. Cuando nos sentamos como exánimes en el filo del ocio y nos sentimos nimbados por el miedo a la muerte como un Cristo Pantocrátor en anfetaminas decimos que el envés plateado de las hojas en el parque de enfrente es un saludo modesto que nos dirigen las cosas invisibles, y lo aceptamos porque es jueves, y es verano, y hace tiempo que no nos permitíamos rompimientos de gloria completamente disociados de las producciones culturales al uso. Y a veces está bien que lo hagamos. Que perdamos el tiempo, quiero decir; que abracemos el pánico como a un padre marchito. Porque es jueves, y es verano, y las horas se acaban más pronto que tarde.
Daniel Saldaña París leyendo el poema: http://goo.gl/ApPuRB